Déco

Déco

lunes, 9 de diciembre de 2013

¡Hagamos que siempre sea así!





Ya están ahí, a la vuelta de la esquina, tan blancas, brillantes y luminosas, tan bondadosas y llenas de generosos deseos, pero tristemente de corta duración.

Estas fechas son las idóneas para hacer una evaluación de nuestra actitud y del legado moral  que transmitimos a nuestros hijos. No sólo en esta época es obligado ser bondadoso, comprensivo, paciente y generoso, podemos serlo durante el resto del año y el total de nuestra vida.

A lo largo de generaciones nos han inculcado que es en estas fechas cuando hay que mirar hacia los lados para percibir la tristeza que nos rodea, tratar de ayudar en lo posible para  demostrarnos lo compasivos que podemos llegar a ser y así asegurarnos  una parcelita en el paraíso prometido, con lo que seguimos cometiendo el mismo error una y otra vez, realizando actos en nuestro propio beneficio a costa de las miserias ajenas.

¿Qué podemos transmitir a nuestros hijos con esta actitud? Por un lado les estamos indicando que es bueno ayudar a los demás en "esta epoca", ya que ello licuará el comportamiento erróneo que hemos practicado a lo largo del año  además de tranquilizar nuestra conciencia y por otro lado, que estas son  las fechas en las que es obligado ser felices como concepto, permitiéndonos escrutar en los ojos ajenos buscando un ápice de complicidad puesto que no nos negarán, no apartarán su vista, sostendrán la mirada é incluso algunos dibujarán una pequeña sonrisa de asentimiento. Triste, triste, muy triste.

Una noche tan especial como la de la víspera de Navidad, esa  mesa llena de color que espera a sus comensales, dispuesta  en el centro de la habitación al calor de la chimenea, una melodía celestial envuelve el espacio, tintineo de campanillas, olor a canela y roble, risas y alborozo, niños correteando, los calcetines colocados tradicionalmente en el dintel de la chimenea a la espera  de los correspondientes regalos que serán depositados a su debido tiempo, un gran árbol decorado en el que se puede distinguir el toque cariñoso y dulce de una madre, abuela, hermana, recuerdos de la infancia penden de sus ramas, al pie los paquetes y sus llamativos envoltorios formando un círculo de color e ilusión.

¿Quién no firmaría por una noche así? Por sentirse querido y rodeado de la familia. El retorno de nuestros hijos tanto tiempo desplazados por diferentes motivos. Ver la alegría reflejada en el rostro de todos aquellos a los que amamos y que nunca tenemos tiempo para demostrar. Los brazos abiertos que nos acogen y nos indican que hemos llegado al hogar, aquel hogar que nos ha dado tanta paz en algunos momentos, y seguridad en otros, donde nos  alivian los dolores y conocimos a nuestro primer amor, aquel lugar nos está esperando como si nos dijera: mira, aquí estoy, soy el mismo de siempre, ¿recuerdas el olor? Huele. Cerramos los ojos a solas y olemos, vienen a nuestra mente todos los recuerdos no olvidados y guardados a buen recaudo en nuestro baúl dispuesto para tal fin, sin permitirles materializarse no sea que nos hagan blandos; es en este momento cuando hemos vuelto a ser unos niños, sin maldad ni dobleces, cuando éramos completamente felices y sentíamos el amor en nuestro corazón sin límites ni barreras, cuando verdaderamente practicábamos lo que es el espíritu de la Navidad.

Podemos hacer que siempre sea así, pues está en nuestro interior. Abramos el baúl y dejemos aflorar nuestra verdad.



PD
Honremos la Navidad en nuestros corazones y procuremos conservarla durante todo el año.