El tiempo no se detiene ni para que le preguntes, camina sin cesar hacia ninguna parte agotando las fuerzas y ganas, reduciendo las ansias de lograr todas las metas que se han acumulado a lo largo de la vida permitiendo que descubramos a cada paso que no es recuperable, que todo aquello que hemos dejado para mañana ya no volverá, que ese mañana se ha volatilizado entre los presentes agonizantes llenos de decepciones envueltos en falsas ilusiones disimulados con sonrisas forzadas y lágrimas ocultas tras un perfil que nada tiene que ver con el sentir real de un corazón agotado de sufrir. El tiempo no se detiene.
Nos aferramos al futuro ansiando los años venideros en la primera etapa de nuestra vida, sin percatarnos que estamos desaprovechando el mejor tiempo iluminado por la inocencia donde podemos disfrutar de la maravillosa verdad, la única realidad del ser percibida a través de los ojos del corazón, la sinceridad nos viste cada día y con una simple caricia el mundo se simplifica permitiendo que la mente descubra las respuestas a incógnitas de historias fantásticas que a su vez van moldeando nuestra actitud.
Deseamos ser adultos embarcarnos en esa carrera en la que vemos competir a los mayores sin percatarnos que es una lucha contrarreloj por conseguir llegar al final sin aún haber conocido el motivo ni la razón, que ya no habrá mas tiempo para disfrutar del aleteo de una mariposa, ni para contemplar la única rosa, no volverán los días blancos, limpios, transparentes llenos de dulces palabras, de honestos gestos de abrazos regalados y sonrisas relajadas. Ya no volverán.
Esa carrera dura hasta el agotamiento total del ser para algunos, para otros no llegan a culminarla y algunos deciden abandonar por su cuenta con la esperanza de poder comenzar en otra era.
¿Cual es la compensación? ¿Los hijos? ¿Las cosas que poseemos y que nunca nos llevaremos? ¿La soledad en la que nos encontramos con tiempo suficiente para analizar el error que hemos cometido? Si, la soledad. Porque esos hijos a los que se han dedicado la vida, criado, amado, desvelos, sacrificios en dedicación plena, lágrimas y alegrías, esos hijos ahora no tienen tiempo para ir a ver a sus padres y mucho menos preocuparse de sus sentimientos .
Les hemos proporcionado la posibilidad de prepararse para enfrentar un futuro, inculcado valores que ni siquiera nosotros poseíamos, y al final ... ¿Qué?... Al final ellos han tomado rumbo en busca de su destino en el que nosotros no tenemos cabida, pues se han inscrito en la carrera de la vida y colgado su dorsal del pecho. No hay marcha atrás.
El tiempo es todo nuestro para envolver los achaques con alambre de espinas mientras vemos como la arena se escurre entre los dedos al igual que el agua en un cesto, sin posibilidades de recuperar lo que ahora forman actos aislados en la memoria, los buenos momentos, las fiestas de cumpleaños, los días del padre de la madre ... las alas cortadas, los sueños aparcados para un mañana que jamás llegará ... queriendo dar la oportunidad de satisfacer la tristeza que embarga el espíritu y que será la compañera ideal hasta el final de nuestros días.
El tiempo es todo nuestro para envolver los achaques con alambre de espinas mientras vemos como la arena se escurre entre los dedos al igual que el agua en un cesto, sin posibilidades de recuperar lo que ahora forman actos aislados en la memoria, los buenos momentos, las fiestas de cumpleaños, los días del padre de la madre ... las alas cortadas, los sueños aparcados para un mañana que jamás llegará ... queriendo dar la oportunidad de satisfacer la tristeza que embarga el espíritu y que será la compañera ideal hasta el final de nuestros días.
PD
Es una reflexión que hace que nos replanteemos la forma de afrontar el reto de la herencia para el futuro.
¿Acaso estamos creando depredadores?