Se
presenta un día caluroso, es la primera hora de la mañana, yacen apretadas, redondas iguales,
sujetas por los brazos expertos de una madre esperando el paso del tiempo con
el fín de ser arrancadas de su
protección
para
después ser pisoteadas y
estrujadas hasta obtener la última gota de vida, para acabar encerradas en un
cuarto oscuro con olor a roble durante meses, o años hasta que por fin las visten de gala en fino cristal
y permitiendo que luzcan sus rojos
sangre y carmesí seduciendo al aforo danzando al son de la luz, impregnando los
aromas de su cuidada crianza por doquier
además de perfumar los paladares de sus anfitriones a flores y frutos
Y es
que así son los vinos, manjares divinos que provocan la alegría y ahogan las penas.
©
Carolina Martinez, 2013